OJOS MAGICOS

por Elmer N. Dunlap Rouse

José era zapatero y muy justo. Vivía en una pequeña aldea con su esposa María, una mujer gordita y alegre. José era muy serio, justo, apartado, pero María era muy dulce, conversaba y alegraba a todos los que pasaron por el negocio con su cariño y sonrisa.

Un día cuando llegó José a su casa, encontró a María con otro. Las noticias del adulterio de María se regaron por todo el pueblo. Como José era justo, la perdonó. Vivían juntos, pero no como antes. Raramente se hablaban. José hacía que la había perdonado, pero la miraba con odio por su traición. María sufría mucho por su justicia.

No le cayó bien a los ángeles lo que hacía José y enviaron un ángel para velarlo y cada vez que miraba a María con odio, echaban una piedrita muy pequeña, como de botón de camisa, en el corazón de José. Al sentir la piedrita, José suspiró de dolor, pero seguía odiando a María. Al pasar los días, los años, eran tantas las piedritas que los ángeles habían echado al corazón de José que ya no podía andar derecho. El peso lo había jorobado y lloraba a causa de su condición.

Un día le apareció un ángel al pobre hombre y le preguntó si quería ser sano de su dolor. Al decir que sí, el ángel le indicó que tenía que perdonar a María de todo corazón. José le contestaba que nada podía cambiar el pasado. El ángel dijo: "Sí, es cierto, pero podemos sanar el dolor que sufrimos en el pasado" y le obsequió a José unos ojos mágicos para mirar a María. Al principio, no los quiso usar, porque se había acostumbrado a odiar a María, pero su dolor le obligaba.

Al mirarla con ojos mágicos, ya no la veía como traidora sino como una mujer débil que lo necesitaba. Cada vez que José la miraba con ojos de compasión y misericordia, el ángel cumplía su palabra y le quitaba una piedrita de su corazón. Al tiempo ya no le dolía y andaba derecho. Invitó a María a entrar en su corazón de nuevo y humildes vivieron felices para siempre.

Apreciado hermano que lee estas humildes líneas, Cristo te ofrece ojos mágicos. No cambian el pasado, pero te pueden librar del dolor que sientes. Sí, yo sé. Los hermanos te lastimaron. Te decepcionaron. Algunos son hipócritas. Pero tienes que perdonarlos. Observa que Cristo no lleva piedritas en su corazón. Mirando a los que le crucificaron con ojos mágicos, dijo: "Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen." No les guardaba odio ni rencor, sino que los miraba como débiles, dignos de comprensión y misericordia. ¿Sabes una cosa? Nosotros tampoco somos perfectos, y, sin embargo, Cristo nos ama y sigue mirándonos con ojos mágicos.

En esta vida tan confusa donde tropezamos los unos con los otros y donde no siempre demostramos el mismo humor, es de esperarse que hayan ofensas, fricciones y mal entendidos de parte en parte. Ahora bien, si somos muy justos, guardando rencor, se nos va cargando nuestro espíritu, robándonos de alegría y salvación. ¿Por qué seguir reviviendo dolores del pasado? Vamos a usar los ojos mágicos de Jesús.

"Amados, amémonos unos a otros; porque el amor es de Dios. Todo aquel que ama, es nacido de Dios y conoce a Dios. El que no ama, no ha conocido a Dios; porque Dios es amor" (1 Jn. 4:7-8). "Entonces se le acercó Pedro y le dijo: Señor, ¿cuántas veces perdonaré a mi hermano que peque contra mi? ¿Hasta siete? Jesús le dijo: No te digo hasta siete, sino aun hasta setenta veces siete" (Mat. 18:21-22).

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