SEAMOS UNO

por Elmer N. Dunlap Rouse

Cristo oró por tí y por mí para que todos los que creemos en él por la palabra apostólica fuéramos uno (Jn. 17:20-21). Pidió al Padre que no fuéramos divididos sino íntegros y unidos con todos los demás. A pesar de que muchos juzgan como imposible esta oración del Señor, sus apóstoles estaban "todos unánimes juntos" en el día de Pentecostés (Hech. 2:1). Procedieron a convertir como a tres mil personas, las cuales no se dividieron en diferentes sectas, sino que "perseveraban en la doctrina de los apóstoles, en la comunión unos con otros" (Hech. 2:42). No era una unidad superficial ya que" la multitud de los que habían creído era de un corazón y un alma; y ninguno decía ser suyo propio nada de lo que poseía, sino que tenían todas las cosas en común" (Hech. 4:32). Cumplieron este deseo de Cristo.

La división es obra de la carne y evidencia de la poca espiritualidad. Confunde, afea y perjudica, pues Dios destruirá a toda persona que efectúa o apoya el desmembramiento del cuerpo de Cristo (Gál. 5:20; 1 Cor. 2:14; 3:3; 1 Cor. 3:17). Celo partidista y fanatismo por personas o opiniones son incompatibles con el amor cristiano.

Seamos uno. Cristo ideó la iglesia en singularidad para facilitar la unidad de todo creyente. Todo pensamiento, terminología y organización sectaria es una falta de amor y una desviación del pensamiento de Cristo. En la era apostólica no existían católicos, ortodoxos, luteranos, presbiterianos, bautistas, metodistas, adventistas, pentecostales, ni testigos de Jehová, sino que todos eran un solo grupo homogéneo, un Camino (Hech. 22:4). El partidismo obstaculiza el deseo de Cristo de reunir a todos en un cuerpo (Jn. 10:16). ¿Qué te parece si echamos a todos estos sectarios en una licuadora y los mezclamos hasta que no se sepa cuál es uno y cuál es otro? Ahora son uno, pero todavía no es la unidad por la cual Jesús oró. Hay que pasarlos por un cedazo, eliminando toda doctrina y práctica contraria a la apostólica. Ahora son unidos en la verdad.

Cristo no oró por una unidad cualquiera. Expulsó a los que le seguían por interés (Jn. 6:26,66). Mandó a sus discípulos a separarse de los que invalidan los mandamientos de Dios por seguir tradiciones: "Pero respondiendo él, dijo: Toda planta que no plantó mi Padre celestial, será desarraigada. Dejadlos; son ciegos guías de ciegos; y si el ciego guiare al ciego, ambos caerán en el hoyo" (Mat. 15:13-14).

Cristo oró por la unidad de los que habríamos de creer en él por la palabra de los apóstoles (Jn. 17:20). Sólo la doctrina apostólica produce la unidad. Permitir otra enseñanza es apoyar la división. Pablo dijo: "Si alguno enseña otra cosa, y no se conforma a las sanas palabras de nuestro Señor Jesucristo, y a la doctrina que es conforme a la piedad, está envanecido, nada sabe, y delira acerca de cuestiones y contiendas de palabras, de las cuales nacen envidias, pleitos, blasfemias, malas sospechas, disputas necias de hombres corruptos de entendimiento y privados de la verdad, que toman la piedad como fuente de ganancia; apártate de los tales" (1 Tim. 6:3-5). Apoyar la enseñanza o práctica de cosas de más es envanecernos (1 Cor. 4:6). Somos uno en Cristo cuando nos limitamos a las sanas palabras del mensaje apostólico (2 Tim. 2:2; 3:14). Pablo enseñaba lo mismo "en todas partes y en todas las iglesias". "Dame la mano y mi hermano será" y la "unidad en diversidad" son filosofias anticristianas porque aprueban la enseñanza contradictoria que Pablo censuraba (1 Cor. 1:10).

Vamos a suponer que en un barrio, un Salón del Reino y una capilla católica decidieron unirse para dar una campaña y que, después de una semana de predicar, se convirtieron treinta almas. Diez fueron al Salón del Reino y otros diez a la Iglesia Católica, pero los restantes diez se negaron a unirse a una secta. Al contrario, optaron por ser cristianos no sectarios, reunirse para adorar según las instrucciones bíblicas, y no llamarse por ningún nombre sectario. ¿Qué serían?

¿Qué sucedería si todos los libros y revistas de enfoque sectario desaparecieran de la tierra, tanto que todos se olvidaran de ellos y que los creyentes en Cristo todos se sentaran a los pies de Cristo, como discípulos amados, para escuchar sus palabras, beber de su Espíritu e imitar su vida? ¿Qué sucedería si dondequiera que fuéramos, en la iglesia que fuera, sólo pudiéramos encontrar la enseñanza apostólica y nada más? ¿No sería el cumplimiento de la oración de Cristo de que todos fuéramos uno?

Toda iglesia debe aceptar el reto del Señor de unir a todos los creyentes por medio de la enseñanza apostólica. Toda iglesia que persevera en la enseñanza apostólica es la iglesia de Cristo. Por amor a Cristo, debe prohibir la enseñanza de teología humana ya que la expresión bíblica es suficiente (2 Tim. 3:16-17). Le debe bastar la organización bíblica de la iglesia. Lo que hicieron los candidatos primitivos para ser salvos también debe ser suficiente hoy día para admisión en toda iglesia de Cristo. La adoración sencilla como en el aposento de Troas debe ser aceptable (Hech. 20:7-12). La misión de la iglesia tampoco ha cambiado, la de predicar el evangelio a toda criatura, practicar la benevolencia con todo aquel que necesita y estimular el amor y el compañerismo entre los hermanos. Sigamos la enseñanza apostólica para que la división, que tanto afea a las cosas de Dios, desaparezca y que permanezca solamente, exclusivamente y sencillamente la iglesia que Cristo fundó en su condición original.

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